BARRIO DE PUERTA CERRADA

La segunda muralla que tuvo Madrid, construida tras la conquista de la ciudad por los cristianos a principios del siglo XII, discurría en parte por este barrio: desde la puerta de Guadalajara, en la calle Mayor, bajaba por la Cava de San Miguel hasta Puerta Cerrada, continuaba por la calle del Almendro y llegaba a Puerta de Moros. Fue por tanto el barrio uno de los primitivos de Madrid, primero asentamiento y arrabal de la almádana árabe y después barrio urbano cristiano.
En la plaza de Puerta Cerrada antiguamente unas de sus puertas de esta muralla, llamada así porque fue clausurada por el Concejo de la Villa para evitar los problemas de delincuencia que en ella se generaban. Debido a su estrechez  y los malhechores se apostaban y asaltaban a los viajeros que la cruzaban. Según otra historia, parece ser que el cierre se debió a que el lodos y los barros que se formaban a su alrededor la hacían inaccesible. La puerta tenía esculpida la figura de una fiera culebra o dragón, dio pie a  que después, transformado en grifo, formara parte durante mucho tiempo de nuestro escudo. Se demolió sobre el año 1569 para facilitar la comunicación con el arrabal de Santa Cruz En el número 6 de la plaza hay una casa, que está adosada sobre una parte de la muralla cristiana. Puerta Cerrada fue durante siglos "estación término" de Madrid, y las Cavas con sus posadas y mesones, el alojamiento de los forasteros, labradores y comerciantes que acudían a ferias y mercados.
Hoy, corazón de la ciudad, donde hay el más puro casticismo en sus bares y tabernas, es un continuo hervidero de gentes que van y vienen, de curiosos y turistas. La cruz que preside la plaza, de mediados del siglo XIX, sustituye a otra, más grande y de mayor tamaño, que fue la única que se salvó de cuantas se alzaban en calles y plazas madrileñas, ante uno decreto se mandó destruirlas en el año 1820
La fuente, coronada por una farola, reemplazó en 1850 a la primitiva de 1617, esta fuente, con diecisiete caños y rematada por una escultura de la diosa Diana. Esta escultura fue colocada posteriormente en la cercana fuente de la Cruz Verde, donde permanece .La curiosidad de esta plaza son sus casas, que han sido adornadas con grandes murales algunos ya desaparecieron.  Durante siglos según la leyenda de que en Puerta Cerrada existían peligrosas y feas brujas, y a los niños para que obedecieran se les amenazaba con la exclamación: "¡Que llamo a las Brujas de Puerta Cerrada!". Dejando atrás la plaza de Puerta Cerrada, hacemos una parada para tomar unos vinos en la taberna, Casa Paco, pintada de rojo como solía hacerse con las antiguas tabernas, y luego subimos por la calle de Gómez de Mora, vemos el convento de la Encarnación, actualmente ministerio de Asuntos Exteriores, la Casa de la Villa y la Plaza Mayor. En el número 4 aún quedan restos del lienzo de la muralla cristiana, aunque para poder visitarlos hay que pasar por una propiedad privada construida sobre ellos.
La siguiente parada es en la plaza del Conde de Barajas, típico rincón madrileño que conserva la casa palaciega de los Zapata, condes de Barajas, que emparentaron con los Cárdenas y Mendosas. Hoy es propiedad de la Iglesia. La pequeña calle del Maestro Villa, que enlaza con la plaza anterior con la Cava de San Miguel, esta calle recibió el nombre por su proximidad a la ya desaparecida iglesia de San Miguel de los Ocotes, que ocupaba el solar en lo que es hoy renovado mercado de San Miguel.
El pasear por esta zona supone hacerlo sobre toneladas y toneladas de relleno. Hace muchos años se echaron para cubrir las tremendas fosas excavadas para defensa de la muralla cristiana. Pese a ello, aún es enorme el desnivel con la Plaza Mayor, motivo por el cual los edificios tienen tres plantas más por la parte de la cava. Es sorprendente ver estas casas hasta principios del siglo XX las más altas de Madrid, en la calle de Cuchilleros antiguamente se establecieron en zona el gremio de los herreros, cuchilleros y cerrajeros, cuya actividad resultaba molesta por sus humos, olores y ruido. Fabricaban instrumentos para tablajerías de las primitivas carnicerías, cuyos puestos estaban situados en la Plaza Mayor, pero también cerrajería, rejas, barandillas, púlpitos, veletas, herrajes de todo tipo, clavazón, candados, tijeras, espadas, cuchillos de monte, moharras de lanza, alabardas, cuchillas de archeros y otras piezas, a veces muy decorados.
El famoso Arco de Cuchilleros, con sus escalerillas, estas se hicieron  para salvar la diferencia de nivel antes comentado. Allí se encuentra una de las entradas al mesón de las Cuevas de Luis Candelas y el restaurante Botín, cocinero francés, antes estaban en la plaza de Herradores hasta el siglo XVII; luego se trasladó a la calle de Cuchilleros, donde regentado por sus herederos, se sigue sirviendo cochinillo y cordero asado, sus especialidades, como el cocido madrileño. Nos vamos de nuevo a la Puerta Cerrada, lugar donde iniciamos el paseo por este barrio, y antes de pasar por  las Cavas, la Alta y la Baja, pasamos por las calles de. Latoneros y Tintoreros son dos pequeñas calles cuyos nombres hacen alusión, antiguamente había estos dos gremios allí establecidos. Junto a ellas se abre la pequeña plazuela de Segovia Nueva, que hacía esquina con la calle de Toledo. El nombre se debe a la cercanía de la calle de Segovia.
La calle de Gramal era antes la calle del Azotado, por un tal Hernán Carnicero que por esta zona vivía y que fue condenado por un pequeño delito a ser azotado delante de sus vecinos. Desesperado por los azotes recibidos, puso en venta la casa, y al no encontrar comprador, la prendió fuego. El incendio se llevó por delante las viviendas colindantes y el tal Carnicero acabó con sus huesos en la cárcel. El nombre actual fue puesto en memoria de don Antonio Heredia Bazán, marqués de Gramal, corregidor de la Villa entre los años 1747 y 1753  y en la de San Bruno (santo fundador de la Orden de los Cartujos) hubo unos corralones propiedad del convento del Pailar, de la citada Orden. Las Cavas, como ya comentamos con la de San Miguel, fueron grandes fosos hechos delante de la muralla cristiana como una primera defensa ante los ataques del enemigo.  
A la entrada de la Cava Alta por la calle de Toledo, había antiguamente una plazoleta que se llamaba la Berenjena, por el berenjenal que había en la contigua casa de don Francisco Ramírez. Este huerto pasaría luego a pertenecer al hospital de La Latina y al convento de la Concepción Francisca, fundaciones del propio Ramírez y de su esposa Beatriz Galindo. La Cava Baja es una de las calles que mejor conservan el ambiente de siglos anteriores, aunque actualmente van desapareciendo toda la serie de antiguas posadas y artesanos que allí había instalados. Podíamos encontrar latoneros, esparteros, cordeleros, talabarteros, guarnicioneros, toneleros, boteros y otros artífices que construían los mismos objetos que vendían.
La Cava Baja fue durante mucho tiempo punto de encuentro y parada de viajeros modestos, labradores, trajineros, recaderos y artesanos que acudían a Madrid para la venta de sus productos. Numerosos fueron los mesones o posadas: la de las Ánimas, la del Pavo Real, del Agujero, de Vulcano, del Portugués, de la Valenciana, de la Francesa, de la Villa, del Galgo, del Álamo, de la Cruz, de San Isidro, del León de Oro, del Dragón, de la Merced, el Segoviano. Sólo los rótulos de algunos de ellos, dedicados a otros menesteres, permanecen como recuerdo del pasado y testimonio de lo que fue esta calle en siglos anteriores. Ahora abundan, sobre todo, los restaurantes de ambiente castizo: La Posada de la Villa, Esteban, El Chotis, Casa Lucio (Su especialidad las patatas con huevos estrellados), La Chata, Viejo Madrid. En el Mesón del Segoviano se celebró, en el año1924, un banquete ofrecido, por  Ramón Gómez de la Serna, al embajador de España en Argentina, en el que Antonio Machado leyó un poema suyo después de mil veces recordado que decía: "Madrid, remolino de España, rompeolas de las cuarenta y nueve provincias españolas.
En el número 15 de la Cava Baja, en un edificio restaurado, se puede contemplar la base de un torreón y una parte del lienzo de la antigua muralla cristiana, y en el número 30, el inmueble del Mesón del Segoviano, otra porción y en muy buen estado. A este respecto, alguien con verdadero ingenio tal vez de guasa, tan madrileña puso en una de estas casas un anuncio que decía: "Se vende piso con vistas a la muralla". Cuando se formó la calle del Almendro, quedó en el centro de la calzada un árbol de este tipo que había pertenecido al jardín de don Rodrigo de Vargas, descendiente de Iván de Vargas. Así permaneció durante muchos años hasta que el corregidor Antonio de Heredia, marqués de Gramal, ordenó arrancarlo en el año 1752. En el año1967 se descubrió en un solar de esta calle un lienzo de la muralla cristiana de 16 metros de longitud y 11 de altura, que se puede perfectamente contemplar en un espacio ajardinado. Incluso se ha tenido el buen criterio de plantar allí un almendro. Poco ha cambiado la calle de aquella que nos describe don Benito Pérez Galdós en El Doctor Centeno: "¡Qué silencio, qué sepulcral quietud la de aquellos lugares!”
En el número 6 de la Travesía del Almendro estuvo la casa de Iván de Vargas donde san Isidro, que trabajaba para este, guardaba los aperos del campo y encerraba los bueyes. En el siglo XIX, los marqueses de Villanueva de la Sagra, propietarios entonces del edificio, instalaron un oratorio en la planta baja, donde estaba el establo, dedicado al Santo. El Pretil de Santisteban debe su denominación al palacio de los duques de Santisteban, título que perteneció a don Álvaro de Luna y que más tarde pasó a la casa ducal de Medinaceli. El piso bajo ha tenido diversos destinos, desde residencia accidental de las monjas de Santa Catalina. En la Costanilla de San Pedro, esquina a la plaza de San Andrés, estuvo una de las casas de Iván de Vargas, donde vivió en la zona reservada a los criados san Isidro. En 1561, cuando Madrid, fue ocupada por el Nuncio del Papa, ya que era una de las mejores residencias de la ciudad. Posteriormente pasó a ser propiedad de los condes de Paredes. Tras la guerra civil de 1936 se cerró definitivamente y fue demolida en 1974. Lo único que se salvó y que forma parte de la actual edificación, el museo de San Isidro, fue el pozo del milagro, donde san Isidro
Hizo elevar las aguas a la altura del brocal para salvar la vida de su hijo que había caído en él, y la capilla construida en memoria del Santo.
Antiguamente, en el primer tercio del siglo XX, había un salón de baile muy popular que tubo diferentes nombres, a cual más exótico, pero que las gentes de estos barrios de Madrid siempre denominó La Costanilla. Al principio de la costanilla, junto a la calle de Segovia y frente a la iglesia de San Pedro, se encuentra la Casa de Java quinto, que perteneció a la familia de los Vargas y Sandoval, a los condes de Benavente, a los marqueses de Java quinto y príncipes de Anglona, al marqués de la Romana y al Ayuntamiento, que ha tenido instalados en ella su Inspección de Alcantarillas y la Sección de Estadística y Empadronamiento. Hoy, restaurada y acondicionada como casa de apartamentos, sus magníficos jardines están abiertos al público. Todo el entorno de la iglesia de San Pedro el Viejo, incluida la parte trasera a las escalerillas de la Travesía del Nuncio, constituye uno de los parajes más típicos de Madrid. La iglesia, de las primeras que hubo en la Villa, conserva junto con la de San Nicolás una torre auténticamente mudéjar y en muy buen estado.
El sacristán de San Pedro gozó de gran popularidad por ser el encargado de tocar una famosa campana a la que atribuían excepcionales poderes para alejar tempestades o nublados. En una de sus naves se encontraba la imagen del Cristo de la Lluvias, de gran devoción popular y que era sacado en procesión en tiempo de sequía. Actualmente se venera aquí la popular imagen nazarena de Jesús el Pobre, que desfila durante la Semana Santa por las calles del viejo Madrid.
Y terminamos nuestro paseo por el barrio de Puerta Cerrada en la calle del Nuncio, denominada así porque desde el siglo XVII allí estuvo el palacio de la Nunciatura, residencia de los representantes apostólicos del Vaticano, hoy instalada en el paseo de Pío XII. El viejo caserón palacio de la calle del Nuncio, renovado en el siglo XVIII, alberga en la actualidad al Vicariato General Castrense y al Tribunal de la Rota. Antiguamente había pertenecido a la familia de los Vargas, y en él, antes de pasar a la Iglesia, vivió doña Isabel de Vargas tras su matrimonio con don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias y favorito de Felipe III. 

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